Microrrelatos

Microrrelatos Mayo

«Hipoteca»

Pasé por allí enfadada con mi sombra, había un puesto con un cartel que ponía «Se alquilan ilusiones rotas»; hablé con el señor y le dije que prefería comprar e hipotecarme, que alquilar y que en cualquier momento decidieran echarme, firmé y compré todas lo que había en aquel puesto, mientras, lo consultaba con mi sombra…

«La bolsa de Judas»

Dicen que todos los caminos conducen a Roma, pero a veces es Roma quien no tiene más caminos que mostrar, esos días en los que el espartano se planta ante la belleza del infinito habitado y decide seguir el sendero que marca el destino de la prisa, ha perdido tanto tiempo…

Ahora sólo queda parar las manecillas del reloj que le robó las ganas de comerse el mundo, ese que le devoró a él, antes de que cantara el gallo de Pedro, que se escondía en la bolsa de Judas, dejando las tinieblas de todos los pretéritos impuestos, esos, que pensaron que él era uno más de los elegidos para la gloria.

Lo que no sabrían jamás es que aquel batallón le había indicado qué camino elegir y era, ni más ni menos, el que conducía hacia la libertad de ser quien nunca dejó de ser, un gallo dentro de una bolsa sin Pedro, ni Judas.

«El tatuador de las cigüeñas»

Aquella calle de Madrid encendía sus luces, entre cafeterías, tiendas orientales, estancos  y locales abiertos las 24h, en medio un estudio de tatuajes apenas sin luz… entré y alguien detrás de una cortina me dijo:

– ¡Por favor, túmbese en la camilla!

– ¿Qué quiere tatuarse? –

Le respondí -¿Tiene tiempo?

– Todo el del mundo -respondió-

Le dije que quería tatuarme el coraje, después de dos horas intensas de tinta sobre piel acabó, me preguntó – ¿Usted no siente dolor?

– No puede doler más un tatuaje que la vida ¿no cree?

Quiero un segundo tatuaje, atónito respondió

¿Qué le tatúo? Un soldado – le respondí –

¿Qué clase de soldado? uno valiente, disciplinado, que sea único en su batallón -así será-

Le dejé su dinero en efectivo y salí de allí camino a Lavapiés. Hacía frío; llevaba un abrigo por los pies y un gorro de lana, ambos negro, me dijo que me cuidara los tatuajes. Le contesté, que la verdad no se iba a infestar, unos meses después pasé por allí y vi que el local estaba cerrado, sin rótulos, al mirar por el cristal entre el papel que tapaba casi el cartel de se alquila vi que era una cafetería, extrañada pregunté qué había sido del estudio. La señora del estanco que llevaba allí media vida negó la existencia de aquel tatuador, sé que era la misma calle y es que sólo quería preguntar a aquel artista de la tinta en piel, porqué al salir de allí aquella noche podía volar e incluso observar la belleza de Alcalá de Henares junto a los nidos de las cigüeñas.

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